miércoles, 18 de abril de 2012

Memorias de un jugador viejo, pobre y tercermundista, Parte II



Y si señores, llega ya la segunda parte de los relatos de mi atrapante y envidiable vida -se saca pelusa del ombligo e imprime los recibos de pago de los servicios de su casa mientras escribe esto— en donde vamos a continuar recordando junto esos momentos tan gratos que nos hace pasar el hecho de vivir en un país que hace más de 60 años no permite que te aburras un instante, tampoco permite que puedas vivir como la gente, ahorrar a largo plazo o tener alguna esperanza de que algún día las cosas mejorarán, pero, la realidad es que tampoco quiero ponerme a hablar de política y economía justo ahora que tan bien están las relaciones internacionales entre España y Argentina.
Habíamos quedado a mediados de los ochenta contándoles como había conseguido un trabajo de verano para poder comprar mi primer computadora u ordenador, no vayanos a herir sensibilidades sintácticas. Lo cierto es que para esa época comenzaron a ingresar una serie de revistas de origen ibérico de una calidad a la que estábamos desacostumbrados los argentinos, y no hablo sólo por el contenido, que de por sí era maravilloso, sino por la calidad del papel y las impresiones a todo color. Lo cierto es que una de las revistas que más me atrapó era la popular Microhobby, la hermana más viejita de la Micromanía. Microhobby estaba enteramente dedicada a los ordenadores de la línea Sinclair, y había tanto amor puesto en la hechura de esa revista que me convencieron de que el artefacto que debía comprar era una ZX Spectrum y no una Commodore 64 que era la máquina de moda en ese momento por este lado del Atlántico. La cosa es que luego de olerle las patas a varias señoras por día y soportar una actividad tan recreativa y misteriosa como la venta de zapatos, logré ahorrar unos 200 dólares que era el valor aproximado del amor de mi vida, la CZ 2000, la versión local de la gran máquina inventada por Sir Clive Sinclair.
Para esa época, habíamos pasado una crisis inflacionaria bastante brava que terminó con el segundo cambio de moneda oficial tras la llegada de la democracia. Pasamos de los Pesos Argentinos a una nueva moneda llamada Austral, un austral equivalía exactamente a 1000 pesos argentinos. También se creó algo llamado “La Tablita” donde se pre establecía el precio que iba a ir adquiriendo el austral con respecto al dólar, dándole al primero una pequeña ventaja sobre el segundo y degradándolo de a poco hasta alcanzar la paridad 1 a 1. Que tiene que ver esto que les estoy contando con mi compra de la computadora, pues mucho. Como les había contado, el precio de la Spectrum en el mercado oficial era de 200 dólares, pero cuando surgió el plan austral muchos, por no decir todos los comerciantes de las recién nacidas casas de computación se mandaron con la avivada de poner los precios en australes pero convirtiendo 1 a 1 los dólares, con lo cual los dichosos 200 dólares se convirtieron en 200 australes, que en sentido práctico esto eran 220 dólares. Con lo cual después de hacerme roto el lomo contribuyendo a incrementar las ventas del calzado me encontraba que estaba aún un 10% debajo del precio de mi inalcanzable tesoro. Y ya no podía permitirme trabajar pues habían comenzado las clases. El horror. Afortunadamente me ha tocado en la vida que mi padrino fuera un tío abuelo solterón de esos que vemos poco pero que cuando los vemos tenemos la oportunidad de reclamar por todos los cumpleaños, navidades, reyes y días del niño que se había olvidado. La verdad de la cosas es que con la excusa de que me acompañara comprar la dichosa maquinola llegué al negocio en cuestión pregunté el precio y con cara de Gato con botas de Shrek lo miré a mi tío Miguel y le dije que no me alcanzaba el dinero. No hubo forma de resistirse sacó su billetera y cubrió el faltante en ese preciso instante. Mi vuelta de la ciudad de Buenos Aires hasta mi casa materna en el barrio de Ituzaingó —un recorrido de 27 kilómetros— fue probablemente el viaje más largo de mi vida, revisando en el ómnibus de vuelta cada detalle de la caja donde venía embalado el ordenador. Demás está decir que esa noche no dormí.

Por cierto, creo que ya les hice notar que nací en un hogar bastante pobre, la cosa es que la única TV que había en mi casa era un mamotreto de 24 pulgadas blanco y negro… ¡valvular!. Tenía unas válvulas que hoy día serían la envidia de cualquier propietario de un amplificador Marshall. La cosa es que primero tuve que adaptar el conector de la antena, ya que el monstruo ese usaba el viejo sistema de cable bipolar plano, una cosa como la de la figura, pero sin la cobertura exterior, con lo cual se filtraba cualquier ruido, el efecto mariposa se manifestaba en este televisor en forma de lluvia y caídas de tensión, bastaba que un japonés encendiera un vela en un templo en Tokio para que mi tele mostrara ruido blanco. Si a eso le sumamos el hecho de que la tensión de línea era bastante inestable, el efecto final era muy lisérgico, pero era lo que había y yo ese día era el tipo más feliz del mundo.

La Spectrum traía un manual espectacular. Fuera de las 3 pavadas de conexión, venía con un completísimo y didáctico curso de BASIC. Casualmente mis primeros pasos programando los di gracias a este genial manual. Esa misma noche lo devoré completo. Como ya les aclaré, había llegado con el dinero justo con lo cual ni que hablar de comprar algún juego. Tuve que esperar un par de días para que mi padre cediera y me diera el dinero para adquirir dos (2) cintas con sendos juegos piratas en un local cercano a mi casa. La emoción fue suprema cuando me dijeron en el negocio en cuestión cual quería, y me mostraron una pared repleta de cintas donde estaban todos esos títulos de los que leía y releía las reviews de mi amada Microhobby, la cual ya venía comprando desde hacía unos meses. Así que más o menos elegí y me llevé los dos primeros juegos de mi propiedad, Gremlins de Adventure International —una aventura conversacional al estilo de los Zork de Infocom pero con gráficos— y Nightshade, el juego nuevo de la factoría Ultimate Play The Game que usaba la versión 2.0 de su motor Filmation. Todos los que me leen deben saber lo que se siente cargar, instalar o poner por primera vez un juego en una computadora o consola. Es algo irrepetiple. Claro pero acá hay otro tema con el que debíamos lidiar los primigenios gamers. Los juegos venían en cintas de cassette, a la Spectrum se cargaban por medio de un jack de audio desde un reproductor cualquiera. En mi casa el único reproductor era un ya muy maltratado radiograbador similar al de la imagen, pero marca Tobishi —si Tobishi, no Toshiba— que no era lo que diríamos, un dechado de fidelidad, y para peor existía el dichoso azimuth o alineación de cabezales, que en audio, no hacía gran diferencia, pero para el fino oído de la Spectrum si la había, y si el dichoso tornillo no estaba bien calibrado el sonido que salía del artefacto no era reconocible para la rutina de carga del ordenador. Si porque aparte de ser un púber con ansias de jugar, también teníamos que ser ingenieros electrónicos y acústicos. La cosa es que luego de varios intentos logré mi cometido de iniciar mi vida como jugador, y desde ese día no me detuve. Creo que si hubiese sabido en ese momento en lo que me metía y en la cantidad de horas de sueño que llevo perdidas jugando no hubiese metido nunca ese dichoso primer cassette. Pero bueno, esto es como la droga, lo malo se ve mucho tiempo después de empezar a tomarla. Aunque les soy sincero, yo a esto aún no le encontré nada malo.

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