Kaspar Hauser, el huérfano de
Europa, apareció un día de 1828 en Nuremberg con ropas lujosas pero
envejecidas, unos zapatos de número menor al que le corresponde, sin
saber apenas hablar y con una carta dirigida a un militar, que le acogió
en su casa y le enseñó los hábitos de la civilización, pues su conducta
se aproximaba a la del animal. No temía el fuego, y sólo podía comer
pan y agua, pues su estómago no estaba preparado para alimentos
diferentes a los que había tomado toda su vida. Cuando aprendió la
lengua, pudo narrar su pasado: tras vivir en palacios los primeros años
de su vida, estuvo durante años recluido en una celda en la que apenas
podía permanecer de pie. Pero pronto fue asesinado, con 21 años de edad,
acuchillado en el jardín por un desconocido.
Siempre
se ha creído que este huérfano era hijo de Carlos II de Baden y su
mujer Stéphanie de Bauharnais, pero los últimos análisis científicos de
la sangre del joven han revelado un parentesco con Napoleón, por lo que
podría ser un hijo bastardo del emperador, resultado de una aventura
amorosa con la misma Stéphanie de Bauharnais. No obstante, ante la
imposibilidad de conocer con exactitud los hechos, la leyenda de Kaspar
Hauser se convirtió en un misterio que alimentó diferentes obras, como
la realizada por el alemán
Werner Herzog:
El enigma de Kaspar Hauser.
En ella trataba de retratar las diferentes categorías de pensamiento
que distinguían la visión del mundo de Kaspar Hauser de la visión del
mundo de la burguesía: él, portando la mirada del niño, intuición, sin
conceptos, primera mirada del mundo, no logra encajar en el racionalismo
burgués.
El misterio, la incertidumbre y la ambigüedad de la historia permite impulsar la fabulación. Y fabular es lo que pretende
La leggenda di Kaspar Hauser,
un film italiano de corte experimental, dirigida por Davide Manuli, que
recoge la historia de Kaspar Hauser y la introduce en un contexto
totalmente enrarecido. Porque el mundo que Manuli retrata es una
hibridez de distintas manifestaciones culturales, creando un ecosistema
totalmente autónomo:
introduce las convenciones del western
dentro del paisaje rural y solitario de Cerdeña, y en esa aparente
armonía irrumpe Kaspar Hauser, que vestido con chándal y cascos, trae
consigo todos los motivos procedentes del mundo de la música electrónica.
La
leggenda di Kaspar Hauser contiene en su seno un discurso delirante,
fragmentario, críptico y epítome de la post-modernidad, como revela esa
fusión de manifestaciones culturales antagónicas. Pero para atisbar algo
de sentido, conviene descifrar los elementos semánticos que tejen este
mundo que provoca extrañamiento. Manuli pone en escena la dinámica de
poder de un pequeño pueblo a través de arquetipos procedentes del cine, y
así es como encontramos una estricta jerarquía que Kaspar Hauser va a
tratar de hacer tambalear desde el interior.
Vincent Gallo se encarga de encarnar a héroe y antihéroe, protagonista y antagonista, ley y crimen.
Por un lado, interpreta al sheriff, una estrambótica figura que
pretende mantener el orden en un poblado en el que apenas habitan cinco
habitantes. Toma la conducta del personaje cinematográfico, con una
eficacia que genera el absurdo en contraste con las calles desiertas que
surcan el lugar. Es incapaz de mirarse al espejo, lo que revela que el
hombre de acción está impedido para el autorreconocimiento: la persona
que confía en la acción se proyecta en el futuro, no en un presente
metaforizado por un reflejo de uno mismo, él es incapaz de mirar su
propia figura en presente. Parece simbolizar la colonización de la
sociedad italiana, y europea por antomonasia, de la ideología pragmática
procedente de EEUU, y que se extiende en gran parte a causa de la
representación cinematográfica.
Por
otro lado, Vincent Gallo también es el narcotraficante, el hermano del
sheriff y que vive al margen del orden instaurado, siempre en
movimiento, sin hogar fijo, habitando la periferia del poblado. El
recurso al mismo actor señala esta mutua dependencia entre orden y
desorden: ley y crimen, héroe y antihéroe, son en el fondo una
manifestación de una misma idea, la idea de que
la sociedad se estructura a través de la dualidad, de la diferencia, de la grieta entre dos grupos.
El grupo del éxito, del orden, y el grupo del crimen, del fracaso. Toda
sociedad porta una grieta en su seno; pero, en el fondo,
dentro de cada individuo conviven las dos manifestaciones,
de modo que el sheriff es tan criminal en la aplicación de la ley como
el narcotraficante es tan ordenado en la ejecución de sus fechorías.
Asimismo, encontramos dos arquetipos de mujer. Por un lado,
la médium, interpretada por
Elisa Sednaoui,
que permanece siempre junto al narcotraficante y habita en los
suburbios del orden: es la metáfora del inconsciente, de las corrientes
subterráneas del pensamiento, que la filosofía pragmática pretende
ahogar. Por otro lado,
la duquesa, encarnada por
Claudia Gerini,
y que permanece junto al sheriff y en el epicentro de la población: es
la mujer aceptada, la que permanece sumisa al patriarcado y cuya única
forma de rebelión se concentra en su vestimenta. Así,
una
sociedad dual, escindida, produce dos arquetipos de mujer: la maman et
la putain, la madre y la puta, la sumisa y la rebelde, todo ello
producto de los fantasmas masculinos.
Y,
entre los dos mundos, está el sirviente con deformación física, que
puede unir el margen y el centro: el margen en su fealdad, el centro en
su sumisión al poder. El cura también se halla tensado entre dos
opuestos: el ejercicio espiritual de un orden pragmático que no atiende a
la trascendencia, y su necesidad de soledad en el margen. El cura que
pretende recuperar el conocimiento a través de la ceguera, como
Tiresias: conocer desde una intuición interior, sin formas externas.
Conócete a tí mismo, y así conocerás el mundo.
El cura confía en
Kaspar Hauser como un elegido capaz de fundir estos opuestos a través de
su subversiva y silenciosa presencia. Del mismo modo, el sheriff cree
que en él como un rey que regenerará el poblado. Porque Kaspar Hauser
revoluciona, con su llegada, el lugar, y porta también esa mirada
intuitiva y desprendida de conceptos. No aboga por nadie, por ninguna
visión del mundo, y así permanece siempre como un ser autónomo,
independiente, gracias a su silencio. Es el ser más subversivo, e inicia
el desmoronamiento de la estructura social gracias al recurso de la
música electrónica: a través del ritmo, de lo dionisíaco que define
Nietzsche, a través de una música que no se puede detener, detona las
rigideces sociales. Así, la
vivencia de la música electrónica,
que impone una falta de normas y una vivencia del baile y del presente, y
una pérdida de la subjetividad en favor de una colectividad que vive un
mismo ritmo intersubjetivo, permite disolver los opuestos. Sólo queda, así, la deriva, el dejarse llevar por un ritmo que obnubila los sentidos y mueve las masas.