Pasaron y pasaron los años
y nadie se acordó de que había que proteger unas piedritas en los
laberintos de cierta catedral en el pueblo de Tristram. Pero el Diablo
era demasiado poderoso para quedarse tranquilo como si nada, y se las
arregló para arrastrar a alguien hasta su ubicación de castigo. Se
desató el caos, el Rey Leoric se volvió loco tratando de arreglar la
situación, la ciudad no estaría tranquila hasta que alguien se decidiera
a tomar cartas en el asunto.
Y así es como comienza Diablo, el juego de Blizzard que por el año
1996 revolucionó la industria y que prácticamente crearía su propio
subgénero, el de los RPG de acción. RPG porque, como en cualquier juego
del estilo, los personajes suben de nivel, adquieren habilidades,
gestionan ítems y todo lo esperable; acción, porque precisamente el
combate y la mayoría de las situaciones que en los RPG tradicionales se
ejecutaban en base a turnos, aquí se hacen en tiempo real.
Simple y directo, a la vez que profundo y complejo
Lo cierto es que la mecánica de juego es bastante sencilla, aún
cuando las variantes ofrecidas a través de la gestión de todos los
elementos del juego lo hacen bastante complejo. Básicamente todo se
trata de “apuntar y clickear” con el botón correcto para llevar a cabo a
la acción; click sobre un punto específico y el personaje se mueve
hacia allá, otro click sobre un enemigo para atacar, y shift + click
para atacar y evitar que el personaje camine. Recoger objetos o
interactuar con el entorno, otro click más, y con el click derecho se
utilizan las magias y las habilidades. Así de sencillo.
El jugador tiene disponibles tres diferentes clases de personajes
antes de iniciar el juego: Warrior, el típico luchador hecho por y para
el combate cuerpo a cuerpo y con una destreza física superior. El Rogue
basa su poderío en los ataques a distancia y su velocidad para moverse
aunque con menor resistencia física que el Warrior, mientras que el
Sorcerer no aguanta ni un soplido antes de caer a tierra pero a cambio
puede utilizar la magia a su favor y de formas que las otras dos clases
soñarían.
En el papel, el juego tiene una estructura bien sencilla de
controlar, y su planteamiento y su diseño no varía mucho más que
recorrer los dieciseis calabozos de los que se compone, recorriéndolos
en descenso hasta llegar al infierno y enfrentarse al mismísimo Diablo.
La presentación audiovisual sigue siendo, en la perspectiva de los
tiempos, soberbia, y la oferta que le da al jugador es tan variada y
atrayente que no es difícil entender por que Diablo se convirtió
rápidamente en un juego de culto hasta el día de hoy.
Lootea y sobrevivirás
Una de las grandes gracias del juego se dió por algo tan sencillo como
looting,
o en otras palabras, la búsqueda constante de aumentar las reservas de
dinero y objetos y así ir mejorando las diferentes armas y herramientas
existentes en el juego, a medida que se va avanzando -bajando- por los
diferentes calabozos y laberintos, y la dificultad de los enemigos
aumenta. Como en todo buen juego de rol, el azar juega parte importante
en cuanto a las chances de que los enemigos
dropeen ítems de
aquellos raros pero ultra valiosos; o de la misma forma, entender que
tipos de armas son más efectivas contra un particular tipo de enemigos.
Todas esas variables tan típicas de los juegos de rol están presentes en
Diablo, pero envueltas en un paquete increíblemente atractivo a todos
los niveles.
Y por si eso fuera poco, Diablo también incluyó un modo multijugador,
en los primeros años de Battle.net y cuando las conexiones por módem
telefónico se imponían. Se podían jugar los niveles en forma cooperativa
por hasta cuatro jugadores, y como cada uno de estos niveles se
generaba al azar, la entretención siempre estaba asegurada por bastantes
horas. Aunque también es imposible dejar de mencionar que en Diablo fue
cuando se empezaron a popularizar algunas jugarretas tan discutibles
como ser la aparición de los
player killers, espectro de
jugadores cuya diversión la conseguían solo eliminando al resto de
jugadores. O también, aquellos que rondaban los calabozos sin más
intención que esperar que un jugador cayera en batalla para ir a robarle
los
dropeos; lo que dejaban tirado al morir, por si alguien no
entiende la terminología. Y también en aquellos tiempos, hacer trampita
en los juegos era mucho más fácil, por lo que era recurrente
encontrarse con gente que obtenía objetos duplicados o trampas por el
estilo.
Por último, lo que parece un sacrilegio a día de hoy -Diablo III en
consolas- en realidad fue una cosa del pasado y nadie parece haberse
quejado tanto. Diablo vio la luz en la primera PlayStation, gracias a
una versión muy similar a la original pero con leves modificaciones.
Obviamente, el control del juego cambió un poco gracias al DualShock, y
el recorte más llamativo fue la falta de modo multijugador. Cuenta la
leyenda que los diez bloques de memoria necesarios para guardar la
partida jodieron bastante a los jugadores de la época, especialmente
considerando que las tarjetas de memoria de la PSX traían apenas quince
bloques.
Un nuevo tipo de RPG
El legado del primer Diablo es incuestionable a estas alturas. Como
mencioné al comienzo, prácticamente creó su propio subgénero dentro del
rol y a día de hoy los clones de Diablo se cuentan a puñados, y de las
diferentes calidades: los hay desde muy buenos, hasta otros que pasan
casi inadvertidos por su mediocridad. En años posteriores al primer
juego, Blizzard crearía una segunda parte que continúa la historia
contando los destinos de los personajes que osaron intentar liberar
Tristram de la maldición del Diablo, y hasta habría una gran expansión
al tiempo después. Por su parte, Diablo: Hellfire fue una expansión del
primer juego que no cuenta para nadie, ni siquiera para la propia
Blizzard a la hora de diseñar Diablo II.
Pero eso es parte del tema de mañana. Más importante aún es resaltar
que, por aquellos años, pocos juegos eran capaces de absorber tanto a
los jugadores, y marcar a una generación como lo logró Blizzard con el
primer Diablo. Y tanto así, que buena parte de los futuros compradores
de Diablo III seguramente viene jugando desde la década de los noventa,
cuando las hazañas bajo Tristram se comentaban al día siguiente durante
los recreos.